Alonso de la Calle Hidalgo comenta con entusiasmo que días atrás compartió una jornada completa con Fidel Tiemblo, de Guisando (Ávila), que probablemente sea el último cabrero de esta parte de Gredos que todavía sigue subiendo con sus cabras hasta las chozas más altas de la sierra. Estuvieron hablando en su jerga, conociendo sus vivencias... Hoy es una excepción, pero durante siglos fue una forma de vida para cientos de vecinos de la falda sur de Gredos, al girar buena parte de la economía de muchos pueblos sobre la ganadería caprina.
Por desgracia, el de los cabreros es un trabajo tradicional que está llamado a desaparecer, sobre todo en zonas de montaña, donde la tarea resulta todavía más dura que en el llano. Y con su desaparición se perderán también usos y costumbres centenarias, los caminos que cruzaban la sierra y que se conservaban con su paso y las propias chozas en las que vivían. En el futuro será algo que veremos en vídeos cargados de nostalgia o en libros que parecerán antiguos.
Probablemente el autor de alguno de esos vídeos será Alonso de la Calle, natural de Guijo de Santa Bárbara, que trabaja como maestro en Jarandilla, y que es muy conocido en toda la comarca por su afición a la imagen. De hecho ha logrado numerosos premios en el apartado fotográfico, aunque más que a los concursos últimamente está dedicado a 'patear' la sierra para inmortalizar momentos que puede ser que no vuelvan y que él mismo recrea, con imágenes, con la ayuda de su hijo Silvestre.
Todo eso lo plasma después en vídeos, como los que ha editado recientemente sobre las gargantas de la Vera, los vaqueros o los últimos cabreros. Aunque sobre esto último ha decidido ir mucho más allá, elaborando un censo de las chozas tradicionales que existieron a ambos lados de la sierra.
Los últimos cabreros
El inquieto maestro verato confiesa que desde pequeño le apasiona la sierra, lo que no es de extrañar habiendo nacido en Guijo. Prácticamente desde cualquier punto del pueblo se disfruta de unas vistas extraordinarias de Gredos y, andado un poquito, de un reparador baño en los charcos de sus gargantas. Pero a él, aparte de esos baños, siempre le llamó la atención el mundo de los cabreros, quizá por la magia que pueda significar su libertad para un chaval de pocos años.
«Desde chico, como siempre me gustó la sierra, conocí las vivencias de nuestros cabreros. En Pimensaíllo, en el Horco, en Campanario... donde vivían los últimos que yo conocí. Y siempre he sentido cierta pasión por el tema», afirma.
Esa pasión, que también siente por la naturaleza, le ha llevado a lanzarse a catalogar «todas las chozas que siguen en pie, y las que no lo están, porque algunas se han recuperado y rehabilitado». Solo en el término municipal de Guijo tiene localizadas 183 «que lo fueron en su momento a lo largo de la historia», de las que quedan once que todavía conservan su estructura tradicional. Pero también hay en el Valle del Jerte, en la Vera alta, en la zona de Candeleda o en la cara norte de Gredos, en pueblos como Navacepeda, Navarredonda o Navalonguilla. «He localizado bastantes y sigo catalogando, porque quiero hacer un trabajo serio sobre la cultura pastoril», señala.
Miles de chozas
En el conjunto de la Vera no se atreve a dar ahora mismo un número de los chozos que han existido, «pero deben ser miles». Tampoco de los que se conservan en buen estado. Con esfuerzo y paciencia los va fotografiando, grabando e incluso recreando las actividades que hacían, con la indumentaria tradicional, para plasmar cómo era su vida. Solos en lo alto de la sierra, a expensas del frío y de la nieve, del calor o de la falta de agua en épocas de sequía. «Debió ser muy duro, pero era gente dura que lo necesitaba y que además le gustaba lo que hacía».
Según detalla Alonso de la Calle en la sierra los cabreros vivían en chozas, sencillas construcciones fabricadas con materiales del entorno. Tenían un muro de piedra de aproximadamente un metro y medio de altura y 60 centímetros de grosor con una pequeña puerta como única apertura. La techumbre estaba formada por palos o rajones (tablas grandes) de madera de castaño o de roble sobre los que se colocaba una tupida capa de escoba o piorno serrano que se renovaba cuando era necesario. Tenían un diámetro interior de 3 o 4 metros.
«Los cabreros de esta zona llevaban una vida trasterminante, permaneciendo en invierno en las zonas más bajas y ascendiendo en verano a los pastizales de la sierra», explica el autor del trabajo, que añade que hoy son muy pocos los cabreros que aún siguen realizando estos movimientos. Las causas son la dureza de la sierra, la falta de apoyo por parte de las instituciones y la introducción de razas más productivas, como la malagueña o la murciano-granadina «poco adaptadas a vivir en la sierra».
Esas razas, según de la Calle, han sustituido a la Verata y a la Guisandesa, que eran las autóctonas de la zona y que hoy están en grave peligro de extinción. Sobre todo la segunda, de la que solo subsiste una piara en el pueblo abulense de Guisando propiedad del ganadero Fidel Tiemblo.
Por lo que respecta a La Vera quedan muy pocas piaras pastando en la sierra, igual que ocurre en el valle del Jerte. En la vertiente norte prácticamente han desaparecido.
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