jueves, 24 de junio de 2010

Hondas de cabrero. Honderos de Baleares




La honda es una de las armas más antiguas de la Humanidad. Consiste básicamente en dos cuerdas o correas en cuyos extremos se sujeta un receptáculo flexible para el proyectil. Agarrado el artilugio por los otros dos extremos opuestos, se voltea de manera que el proyectil adquiera velocidad y después se suelta una de las cuerdas para liberarlo, alcanzando éste gran distancia y poder de impacto. Los materiales empleados en su construcción son muy diversos, tradicionalmente cuero, fibras textiles, tendones, crin, etc. Los proyectiles pueden ser piedras naturales redondeadas, o labradas con bastante precisión, arcilla cocida o secada al sol, plomo moldeado, etc.

En algunas lenguas, y en el contexto de usos de entretenimiento y juegos infantiles, se emplea equivocadamente el término honda para designar al familiar tirachinas resortera. Sin embargo éste último es un instrumento de relativa reciente aparición, ligado al uso del caucho.




 Historia

El origen de la honda se remonta a los tiempos prehistóricos, quizás al final del Paleolítico, en el que se usaría exclusivamente como arma de caza. Pero las evidencias arqueológicas de su existencia corresponden ya a la época del Neolítico, cuando aparecen en el área de Oriente Próximo grandes cantidades de proyectiles de arcilla cocida, asociados a usos bélicos.

En épocas clásicas, además del famoso uso de David contra Goliat, la honda fue usada por griegos, cartagineses, romanos, etc. Fueron famosos en todo el orbe antiguo los honderos baleares, que eran contratados como mercenarios por los diferentes ejércitos de la Antigüedad. Eran entrenados desde la infancia en la destreza con la honda y llevaban tres tipos de distinta longitud, según la distancia de lanzamiento. Se decía que su precisión y potencia no tenían parangón. El uso de proyectiles de plomo, inventado por los griegos, haría de la honda un arma temible, más incluso que el arco dada su mayor potencia de impacto y alcance; a esto se unía el pequeño tamaño de los proyectiles, que eran capaces de penetrar en el cuerpo a la manera de una bala, y lo mismo que ella eran invisibles por el aire. Como arma de guerra, la honda se utilizaría todavía durante toda la Edad Media, llegando a convivir incluso con los primitivos cañones. Como herramienta asociada al pastoreo la honda se usaría desde el Neolítico hasta nuestros días.



LOS ORÍGENES DE LA HONDA








La reacción espontánea del homo habilis ante un ataque enemigo, incluso antes de ser homo sapiens, fue la de agacharse, agarrar una piedra y lanzarla al adversario. La piedra tosca fue sin duda el primer instrumento primordial en manos del homínido que, al evolucionar, fue perfeccionándola durante el paleolítico i más aún a lo largo del neolítico, para así poder conseguir un instrumento elaborado, útil para diferentes usos. Es interesante constatar que, en los albores de la humanidad, se marcó ya una diferenciación fundamental entre el animal y el hombre. Mientras que el animal se adaptó a las exigencias del medio ambiente, el hombre adaptó el hábitat que le rodeaba a sus propias exigencias. Solo el hombre ha sido capaz de modificar su entorno para someterlo a sus necesidades o a su propia comodidad. Y esto se aplica tanto a las grandes construcciones y a los grandes inventos como a humildes objetos y a los pequeños artificios.



Entre estos modestos utensilios y pequeños artificios debe de colocarse el que es objeto de este estudio: la honda, ideada para propulsar una piedra con más potencia y a una mayor distancia. Este instrumento consiste en una tosca trenza que se vuelve más gruesa a la mitad de su extensión longitudinal y formando una especie de bolsita para contener el proyectil. El material con que se hacía, en la antigüedad, podía ser muy diverso. A veces era una trenza de fibras vegetales, de lino, de crines; entre otros, el material podía ser de tripas o de nervios de animal entrelazados, o una cuerda fabricada con una especie de esparto denominado melancranis por su color oscuro; incluso un plato de tierra roja del Museo Arqueológico de Atenas representa, por lo que aparenta, una honda hecha de cadenas metálicas.



La forma de manejar la honda no ha variado desde su invención hasta nuestros días. El proyectil se coloca en la bolsita antes mencionada, después se juntan los dos extremos de la cuerda de la honda en la mano derecha; después, manteniendo la bolsita con la mano izquierda a la altura de los ojos, se extiende la otra extremidad apuntando hacia el blanco para así centrar el tiro; a continuación, la mano derecha imprime al proyectil un triple movimiento de rápida rotación por encima de la cabeza y deja escapar el proyectil, impulsado por la fuerza centrífuga, soltando uno de los extremos de la cuerda.



Por lo que se refiere a los proyectiles, al principio eran "piedras toscas de la medida de un puño" como dice Jenofonte a los Anabasis (III, 3, 16), en que se refería a los usados por los persas, o "del peso de una mina", es decir: unos 436,60 gr., como las que lanzaban, según el testimonio de Diodoro (XIX, 109), los honderos baleáricos. Posteriormente, se inventaron los proyectiles artificiales como las bolas de terracota del grosor de un huevo de gallina que, según César De Bello Gallico (V, 43), recalentadas al fuego, se convertían en auténticas granadas capaces de incendiar poblados. A partir del siglo V ANE (Antes de Nuestra Era) se sabe que los griegos usaban como proyectil de la honda pequeñas bolitas metálicas de bronce o más frecuentemente de plomo, de las cuales se han encontrado muchos ejemplares en diferentes lugares, incluso en el campo de batalla de Maratón. Es curioso que algunos de estos proyectiles de plomo, que pesaban entre 35,70 y 45,20 g, llevaban grabados insultos al enemigo, o bien el nombre del general enemigo. De estas bellotas de plomo, aparecieron miles en Sicilia, en 1808, después de una lluvia torrencial, en el montículo de Enna.



No hay duda que este invento nació en el paleolítico, cuando el hombre ya había aprendido a trenzar y a tejer. Y es natural pensar que, al principio, la honda sirviera como arma defensiva hasta que el hombre se dio cuento que también era un magnífico utensilio de caza.



A cualquier historiador le encantaría poder abrir una ventana al pasado para poder convertir en evidencias el que ahora solo son conjeturas. Pero en conjetura, aún cuando sea una conjetura con fundamento, queda el origen de la honda ha de situarse en el Oriente, en la mas remota antigüedad. Tenemos constancia de que las tribus bárbaras que rodeaban Egipto y las tribus asiáticas conocían, desde tiempo inmemorial, el uso de la honda. Los pueblos semitas, fenicios e israelitas la usaron con especial habilidad. A propósito de los israelitas, es de sobre conocido el episodio entre David y Goliat, el gigante filisteo, raptó al rey Saúl, viejo y cansado, cuando David, que pasaba por allá, se ofreció a ponerse en su lugar. Le colocaron un caso y una coraza, pero se los quitó de encima. Entonces recogió su cayado, escogió del torrente cinco piedras bien lisas y las metió en su zurrón, y con una honda en la mano se dirigió hacia el filisteo. Cuando Goliat se disponía a avanzar hacia David, éste salió corriendo a su encuentro, metió la mano dentro del zurrón y cogió una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en plena frente. La piedra se le clavó en el cráneo y cayó de bruces a tierra. Así, con una honda y una piedra venció David a Goliat. Lo mató de un solo golpe, sin empuñar ninguna espada (I Samuel, 17, 40-50).



En otro pasaje de la Biblia, hablando de la tribu de Benjamín, en guerra contra Israel, dice que en el ejército benjamita "sobresalían setecientos hombres elegidos, zurdos, capaces de acertar con la honda un cabello sin errar el blanco" (Jueces, 20, 16).



Los hechos narrados en el Libro de Samuel datan del siglo X ANE. Más antiguo es el testimonio de Homero, si en realidad a honderos se refieren dos textos ambiguos de la Ilíada, que, a pesar de todo, se ven confirmados por los descubrimientos de piedras de honda realizados por Schliemann en Troya y Micenas. Los honderos homéricos aparecen además en el magnífico fragmento de un vaso de plata encontrado en Micenas que representa el sitio de una ciudad por parte de un ejército, en el cual se ve un grupo de honderos desnudos. Por tanto, el uso de la honda datado en Grecia, es al menos de la época homérica, es decir, del siglo II ANE, aun cuando el primer testimonio literario lo encontramos, aproximadamente, en el año 700 ANE, a través del escritor Arquilogo, que dice preferir la honda que la espada y que la lanza, por su poder de herir a distancia. Según Estrabón, la honda fue llevada a la península griega por los etolios, sobre el cerca VII-VI ANE, cuando dominaban las tribus que les habían precedido en el territorio ocupado pos ellos en el norte del golfo de Lepanto, que desde entonces se denominó: Etolia.



Estos datos fueron contrarios a las afirmaciones de Plinio, según el cual los inventores de la honda fueron los fenicios. Y mas aún la de otros escritores, aún cuando sea muy alagador para los baleáricos, dicen que fueron éstos los descubridores del artilugio. Estrabón, queriendo conciliar las dos versiones, afirma que la destreza de los baleares en el uso de la honda era un legado del dominio fenicio, afirmación que tampoco no puede ser aceptada sin examen. Lo que hay en base de estas aseveraciones es el hecho que fueron los fenicios en oriente y los baleares en occidente los que se ganaron la merecida fama de ser los tiradores de honda más diestros de la antigüedad.



El manejo de la honda exigía un largo aprendizaje. En Grecia algunas poblaciones ejercitaban a los niños en este arte desde la mas tierna infancia, creando, para este fin, escuelas de honderos. Según Tito Livio (XXXVIII, 29), los habitantes de Acacia, en el Peloponeso, enseñaban a sus hijos desde muy pequeños a lanzar piedras y desde muy lejos las hacían pasar a través de un pequeño arco. Esta práctica se puede relacionar con la narración de Licofronte de Calcis en su poema hermético Alexandra (versos 633-641), cuando habla de los fugitivos de la guerra de Troya que llegaban a las Baleares, a las que el denominaba Gimnesias, apelación que se describe en otro capítulo de esta web.



Otros, después de navegar como cangrejos en los roquedales Gimnesios rodeados de mar, arrastraron su existencia cubiertos de peludas pieles, sin vestir, descalzos, armados de tres hondas de doble cuerda. Y las madres enseñaban a sus hijos mas pequeños, en ayunas, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con su boca si antes, con una pedrada muy precisa, no atina un trozo puesto sobre el palo a modo de blanco.



Adaptada la honda al uso militar, a veces los hoplitas, soldados de infantería con armas pesadas, se servían de ella ocasionalmente, como es el caso del hondero que aparece en el ánfora núm. 912 del Museo Británico. El soldado lleva un casco con cimera i a su lado tiene dos lanzas clavadas a tierra, mientras con la mano derecha hace girar la honda. Se trata ciertamente de un hoplita que, a su armamento ordinario, ha añadido una honda. Un caso parecido describe Virgilio en La Eneida (IX, 586-589) refiriéndose al impío Mencio:



Dejadas las armas, el mismo impulsó la estridente honda, volteando tres veces la cuerda por encima de su cabeza i el ardiente plomo se disparó contra el cráneo del adversario dejándole postrado sobre la vasta arena.



De no ser el caso de estos soldados a pie, los honderos no eran considerados soldados nobles. A pesar de todo, eran considerados tropas de gran utilidad en la batalla. En algunas armadas, entraban a formar parte en proporción elevada. Herodoto (VII, 158) cuenta que Gelón de Siracusa, sobre el 480 ANE, en el contingente de 20.000 hombres que puso a disposición de los griegos para combatir los medas, incluía a 2.000 honderos. En Grecia, había muchas regiones que suministraban honderos: Arcanania, Malia, Etolia, Tessalia. Pero eran los honderos aqueos, los habitantes de la región de Acaia, en el Peloponeso, superaban incluso a los honderos baleares, aún cuando estos últimos eran superiores por la fuerza devastadora de sus tiros, los otros, les aventajaban en la precisión, de manera que podían herir con sus balas la parte del rostro que habían fijado como blanco.



En la batalla tiran piedras mas grandes que otros pueblos que usan armas iguales, y lo hacen con tanta fuerza que es como si tirasen con una catapulta. De esta manera, cuando atacan un recinto amurallado, pueden herir a los que están tras las defensas y, en campo abierto, perforan escudos y corazas. Son tan hábiles que no suelen fallar nunca el blanco (Diodoro V, 18, 3).



Los baleares llevaban tres hondas de diferente longitud, las cuales usaban según la distancia a la que querían llegar con el tiro, como nos informan, entre otros: Estrabón (Geographica II, 5, 10) y Diodoro (V, 17, 18). La mas larga para las distancias considerables, se denominaba macrócolos, o sea: de brazos largos; la usada para distancias mas cortas era la brajícolos que significa: de brazos cortos; y la intermedia era la mesi, que significaba la mediana.



Así los honderos baleares entraron a formar parte de los ejércitos, primero del cartaginés y después del romano.



En la estrategia tanto púnica como romana, el papel de los honderos era siempre el mismo, idéntico al que ya habían llevado a cabo estos guerreros en las milicias persas y griegas. Los honderos eran colocados en las alas del ejército, junto a los arqueros, y su misión era desorganizar las líneas enemigas con un lluvia de proyectiles, preparando así el ataque de la infantería pesada. Durante el combate, tenía que continuar fustigando al enemigo en cualquier punto en que se encontrasen dentro del campo de batalla. Durante los sitios, su contribución era imprescindible, machacando con sus tiros los cascos de los enemigos y preparando de esta manera el asalto, o impidiendo la salida de los sitiados para presentar batalla en campo abierto. De esta última táctica militar, Tito Livio nos narra un brillante episodio del sitio de Same (T.Livio XXXVIII, 29).



Gracias a Jenofonte (Anab. III, 3, 7-10; 3, 16, 4, 16-17; IV, 3,18), tenemos algunas informaciones sobre el alcance de los proyectiles lanzados por las hondas. Los arqueros persas no llegaban más que a 5 feltros (154 metros); los honderos rodios, con sus balas de plomo, llegaban dos veces más lejos que los honderos persas, que usaban piedras, y conseguían igualar el tiro de los arqueros. Vegeci (De re milit. II, 23) consideraba que la distancia máxima que podía conseguirse por los honderos era de 600 pies (177 metros).



Fuera de la guerra, la honda se empleaba también para cazar. Un ejemplo que hay en la literatura clásica lo tenemos en la comedia de Aristófanes: Aves (vers. 1185). Especialmente se usaba para capturar los pájaros grandes de las lagunas, como se documenta en varias pinturas etruscas y las del famoso vaso "François" del Museo de Viena.



Finalmente, la honda tuvo su lugar en la mitología clásica. Era considerada atributo de Némessis, la diosa de la venganza, para indicar que la justicia divina sabe encontrar el culpable, incluso desde lejos.







La honda balear

La honda

El material que se empleaba para la fabricación de una honda era diverso: a veces se utilizaban manojos trenzados de fibra vegetal, de lino, de esparto o incluso de crines de animal.


En otras ocasiones se podían emplear las tripas o los nervios entrelazados de algún animal. Se cree que la honda se inventó durante el Paleolítico, cuando el hombre había aprendido a entrelazar y tejer. Podemos pensar que la honda quizás sirviera de arma defensiva, hasta que el hombre se dio cuenta de que también podría ser una excelente herramienta de caza.

El proyectil de honda

El proyectil o bala era de piedra o de plomo. Los de piedra se seleccionaban rigurosamente por su dureza y aerodinámica para dirigir el tiro con gran precisión. Pesaban alrededor de unos 100 gramos y un diestro hondero podía lanzar con destreza a distancias que rondaban los 100 metros.


Los proyectiles de plomo se fabricaban con un molde y tenían la ventaja de incrementar la capacidad de impacto y penetración en los elementos sólidos como las protecciones metálicas y de cuero de los enemigos. El peso de cada proyectil oscilaba entre los 45 y los 90 gramos y permitía obtener más velocidad, más alcance y reducir el efecto de retardo.


Algunos proyectiles hallados, llevan la inscripción del líder del ejército al que pertenecía el hondero. De hecho, en un proyectil hallado en Sanitja, principal yacimiento arqueológico romano de Menorca, situado en la ribera oeste del Cabo de Cavallería, en el Mercadal, aparecen las letras "CAE" que podrían atribuirse a la abreviatura de Caecilius, es decir, Quintus Caecilius Metellus, el cónsul romano que sometió las Baleares al imperio en el 123 a.C.


Una habilidad legendaria




La razón por la que los honderos eran considerados tan letales y eficientes, se debe a que desde que nacían eran iniciados en el manejo de la honda, viéndose constantemente obligados a un continuo perfeccionamiento de su manejo.



Una muestra de ello aparece en la narración de Licofronte de Calcis (280 aC) en su poema Alexandra (versos 633-641), cuando habla de los fugitivos de la guerra de Troya que llegan a Gimnesias (el autor es de origen griego, concretamente de Alejandría, de ahí la denominación) donde se da esta descripción:

Y otros, después de navegar como cangrejos en las rocas de Gimnesis rodeados de mar, arrastraron su existencia cubiertos de pieles peludas, sin vestidos, descalzos, armados de tres hondas de doble cordada. Y las madres señalaron a su hijos más pequeños, en ayuno, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con la boca si antes, con piedra precisa, no acierta un pedazo puesto sobre un palo como blanco.



Ciertamente, sabemos hoy día que las madres de los futuros honderos, les colocaban la comida colgada de la rama de un árbol y no podían probar bocado si no conseguían derribarla con un certero disparo (no valía trepar al árbol…).



Pero quizá no nos quepa en la cabeza que un simple artilugio como la honda sea capaz de ser capaz de acabar con soldados bien pertrechados para el combate. Según Diodoro de Sicilia (S. I a.C) "su equipo de combate consta de tres hondas, una de las cuales llevan en la cabeza, otra en la cintura y una tercera en la mano; utilizando esta arma son capaces de arrojar proyectiles mayores que los lanzados por otros honderos y con una fuerza tan grande que parece que el proyectil ha sido lanzado por una catapulta. Por ello en los ataques a las ciudades son capaces de desarmar y derribar a los defensores que se encuentran en las murallas y, si se trata de combates en campo abierto, consiguen romper un número enorme de escudos, yelmos y toda clase de corazas".



Efectivamente los honderos iban siempre iban armados con tres hondas, teniendo cada una de ellas un uso diferente: la pequeña atada a la cabeza se empleaba para disparos a corta distancia; la atada a la cintura para lanzar proyectiles de mayor tamaño o bien para lanzamientos a larga distancia; la tercera, la que por su tamaño resultaba más manejable, la llevaban siempre en la mano.



Su gran valor en el combate y su espectacular pericia, les convirtieron en famosos soldados a lo largo de todo el mediterráneo. Tal es así que participaron en la guerra greco-púnica como mercenarios en favor de los fenicios, siendo decisiva su actuación en la guerra de Sicilia contra el imperio griego (recomendamos la lectura del libro El Tirano cuyo autor Valerio Manfredi, en un pasaje del mismo, refleja la actuación de estos honderos en dicha contienda).



Una vez finalizado el contencioso greco-púnico sobre suelo siciliano, comenzó la rivalidad entre Cartago y Roma. Las relaciones entre ambos imperios eran cordiales hasta que Roma se convirtió en una potencia naval y comercial extendiendo su influencia más allá de la península itálica, con lo que no tardaron en surgir las previsibles disputas de tipo económico y político entre ambos, desembocando en la Primera Guerra Púnica. De las tres diferentes Guerras Púnicas que tuvieron lugar (abarcaron el período comprendido entre el 264 a.C. y el 146 a.C.), los honderos de Baleares combatieron como mercenarios en las dos primeras, al lado de Amílcar Barca, a las órdenes de su yerno Asdrúbal y también lo hicieron posteriormente en la gran hazaña de su hijo Aníbal en Cannas (agosto 216 a.C).

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